Cuando recién me había convertido a Cristo en
la universidad, recuerdo que tuve una conversación con otro cristiano joven que
solía mirar la pornografía, en la que me dijo que no le veía ningún problema porque después de examinar detenidamente la Biblia no encontró la
palabra «pornografía» en ninguna
parte. Pero convenientemente pasó por alto la cantidad de versículos que hablan
de la lujuria. Es algo típico que hacen los hombres, como dice Pablo, que
detienen con injusticia la verdad para que puedan seguir pecando sexualmente (Romanos 1:18-24).
Claramente, el objetivo de la pornografía es la
lujuria, y tener lujuria por alguna persona que no sea su esposa es algo que
Dios condena repetidas veces a lo largo del Antiguo y el Nuevo Testamento, como
una gran maldad.
Lean (Proverbios 6:25; Job 31:1; Mateo 5:28;
Colosenses. 3:5; 1 Tesalonicenses. 4:5; 1Pedro. 4:3).
El hecho de desear sexualmente el cuerpo
desnudo de una mujer no es un pecado en sí. El asunto es ¿por cuál mujer
desnuda siente ese deseo sexual? Si es su esposa, entonces está haciendo que el
libro de Cantares cante de nuevo para la gloria de Dios y para su gozo
particular. Si no es su esposa, sencillamente está pecando.
Fue Dios quien vistió a nuestra madre Eva
después de su pecado, y las hijas de Eva son las que se desnudan delante de las
cámaras transgrediendo la voluntad de Dios, de que los cuerpos femeninos que Él
formó sean vistos en toda su Gloria solamente por sus maridos.
Como hay una conexión biológica entre los ojos
del hombre y sus genitales que lo estimula sexualmente por medio de la vista,
la pornografía es muy seductora para los hombres. La pornografía tiene el
devastador efecto de deshumanizar a las personas, convirtiéndolas en objetos
con partes; es decir, separa a la persona de su cuerpo disminuyendo así su
dignidad.
Tom Leykis, el presentador más popular de un
programa radial de entrevistas para jóvenes, suele decir que las mujeres son
como «inodoros» donde los hombres van y depositan su fluido.
Definir la pornografía es una tarea demasiado
difícil, porque ni aun la Corte Suprema de Justicia de nuestro país ha podido
articular exactamente lo que es. Para el propósito de nuestro estudio, no
incluyo en la lista de la pornografía cosas como el arte nudista o una escena
amorosa en una película, pero reconozco que un hombre pervertido en extremo es
capaz de excitarse por cualquier cosa, como lo demuestra el caso de un tipo que
conocí que se excitaba viendo el apareamiento de los animales en el Nature
Channel (El Canal de la Naturaleza). Sin embargo, sí incluyo tales cosas como
las películas pornográficas, las revistas pornográficas, los sitios de
Internet, las salas de chat obsceno, las novelas románticas basura, el sexo por
teléfono con operadoras pagadas, películas eróticas, catálogos de lencería, hasta las ediciones de trajes de baño de las revistas
deportivas, o cualquier otra cosa que se me haya olvidado que excitaría a
cualquier hijo de Adán, al igual que el creciente número de revistas
degradantes para hombres y mujeres que muestran más personas desnudas de lo que
mostraban las revistas pornográficas hace algunas generaciones.
El hecho de que hayan incluido estas revistas
de amplia circulación parecería algo extremo, en vista de la insensibilidad de
nuestra cultura. Sin embargo, debemos recordar que a principios de los años 50
las tiendas no vendían pornografía suave; en 1960 la revista Playboy estaba
disponible detrás del mostrador fuera de la vista; en los años 70, la revista
Penthouse se vendía junto con Playboy en los estantes de revistas, y pese a su
disminución hoy hay pornografía dura y suave disponible en las estanterías de
revistas donde niños y adultos pueden examinarlas con curiosidad y
detenimiento.
En nuestra cultura insensible y descarada, al
definir la pornografía debemos cuidarnos de no incluir sólo las formas más
explícitas sino también las más suaves. Por ejemplo, en un viaje internacional
que hice, mostraban películas en el vuelo en las pantallas de los reposacabezas
que me rodeaban, con personas completamente desnudas y escenas sexuales,
mientras que los niños aburridos las miraban. ¿Qué estoy diciendo? Nuestra
cultura se está volviendo cada vez más sexual, y ahora, cuarenta años después de que vendían una sola revista obscena debajo del
mostrador en la tienda local, es normal ver a los niños de secundaria con fotos
de su novia desnuda en sus teléfonos móviles.
Con claro énfasis la Biblia dice que los
hombres de Dios deben abstenerse de ciertos pecados que batallan contra sus
almas. En primer lugar, los hombres de Dios
no deben adulterar (Éxodo 20:14). Segundo, los hombres de Dios no deben codiciar
la esposa de su prójimo, aunque su ropa deje poco para la imaginación (Éxodo
20:17). Tercero, los hombres de Dios no deben acostarse con prostitutas que
usan sus cuerpos como mercancía para ser rentados, usarlas para pasar un «buen»
tiempo o sacarles una «buena» foto (Proverbios 23:26-27; 1 Corintios 6:15-16).
Cuarto, los hombres de Dios no deben ser polígamos, porque su padre Adán, y
Jesús que es Cabeza, cada uno tuvieron una sola novia (Eva y la Iglesia). Quinto,
los hombres de Dios no deben ser fornicarios que deshonran a Dios con sus
manos, cuando deberían levantarlas a Él en oración (1 Timoteo 2:8), en vez de deslizarlas
por la camisa de su novia, aunque ella se los pida (1 Corintios 6:9-13).
Sin embargo, a lo largo de la historia los
hombres han sido propensos a obedecer la letra de la ley en estos casos,
mientras deshonran el espíritu de la ley. El espíritu de estas Escrituras que
prohíben las prácticas sexuales pecaminosas incluye los pecados de la mente
donde los hombres acumulan un harén comparable con el de Salomón, que existe
sólo en sus imaginaciones.
Por eso Jesús sabiamente enseñó que los pecados
sexuales son cometidos no sólo por lo que hacemos sino por lo que pensamos. Por
ejemplo, enseñó en Mateo 5:27-28, «Oísteis que fue dicho: No cometerás
adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla,
ya adulteró con ella en su corazón». También en Marcos 7:21-23, Jesús dijo,
«Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos,
los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias,
las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia,
la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre».
Por ende, los pecados sexuales no están «allá
afuera», en los medios, en los bares de strippers, o con las chicas que visten
jeans de tiro bajo, o tanga de tiro alto. En realidad el problema yace dentro
de «la persona». El pecado que hay en su corazón hacer que la lujuria y el
pecado salgan como aguas negras de una alcantarilla. Esa es la verdad franca y
dolorosa.
La multiplicación de la consejería contemporánea
demuestra en gran manera que la condición humana está cargada de defectos. Hay
un debate eterno en nuestra época sobre lo que consideramos un comportamiento
«normal» y uno «anormal», que diagnostica por qué algunas personas se comportan
en forma «anormal» y les recetan una «cura» para esas anormalidades. Las causas
especulativas sobre lo que causa el comportamiento «anormal» incluye los impulsos
primitivos o cervales (Sigmund Freud), el inconsciente colectivo de nuestra
historia racial (Carl Jung), nuestro condicionamiento ambiental (emocional y
físico), y no tener consciencia de sí mismo o del bien que lleva adentro (Carl
Rogers). Sin embargo, todo esto representa un esfuerzo más formalizado que el
que hizo nuestro padre Adán, de echarle la culpa a algo o a alguien en vez de
hacerse responsable por su propio pecado y arrepentirse, demostrando un cambio
en su forma de pensar que conduzca a un cambio de comportamiento.
No obstante, en las Escrituras Jesús es normal,
y los demás somos pecadores anormales con el pecado interno. Nuestras vidas
individuales y las vidas colectivas correspondientes que llamamos «cultura»,
son el reflejo externo de la condición interna de nuestros corazones. El
corazón es la cede y el centro de nuestra identidad, la esencia total de
nosotros mismos que se expresa hacia fuera de palabra y de obra. Este concepto
es fundamental en lo que enseñan las Escrituras, y el «corazón» en todas sus
expresiones, (P.Ej, corazones, dureza del corazón) aparece unas 900 veces. Esto
significa prácticamente que sólo usted y Dios saben verdaderamente lo que hay
en su corazón. Por lo tanto, en vez de tratar de guardar reglas legalistas,
reconozca honestamente la lujuria en su corazón y reduzca o merme las cosas que
la provocan o estimulan.
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